viernes, 12 de febrero de 2016

Un Oasis entre el cemento


Todos hemos soñado alguna vez con encontrar un pequeño rincón alejado del ajetreado mundo que avanza sin cesar, lo que no sabemos es que estamos rodeados de estos maravillosos lugares que nos permiten desconectarnos de la vida diaria dándonos chance de interactuar con la naturaleza, con otras personas y porque no un simpático perro callejero, hoy quiero llevarlos a uno de estos magníficos lugares que con tan solo googlear un poco podemos evocar muchos resultados de distintos lugares donde ir, acompáñenme a recorrer este hermoso lugar detenido en el tiempo u como prefiero llamarlo, “un oasis entre el cemento”.









 Historia del pueblito los dominicos

La historia cuenta que este sector era habitado por un cacique indígena llamado Apoquindo  el cual mantenía un ambiente tradicional y campestre en el lugar, Pero en 1545 Pedro de Valdivia le otorgo el poder de estas tierras a su mujer Doña Inés de Suarez.

En 1767  la familia Canisbro adquirió el fundo  y edifico una casa junto a una capilla la cual con el tiempo fue legada a los padres de la recoleta  dominicana quienes mantuvieron la idea original de las edificaciones logrando con el tiempo que estas construcciones fueran declaradas monumentos nacionales por su belleza.

Se cuenta que aproximadamente en 1978 se instalaron 2 artesanos cerca de la iglesia motivando a que otros artesanos se acercasen e instalaran sus puestos también, juntos crearon  el centro de artesanías  y construyeron sus talleres dando paso así al conocido pueblito de los dominicos.

Actualmente el pueblito de los dominicos tiene 160 talleres de artesanos en distintas ramas como la madera,  el metal,  la greda, la orfebrería,  el trabajo en cuero, lápiz lazuli  y tantas otras que podemos encontrar dando paseo. Un cálido y cariñoso ambiente muy familiar, donde encontramos músicos entre sus calles, gente de todos los estrados y edades, en total el pueblito cuenta con una superficie de 27000 hectáreas que incluyen el parque que lo rodea, la iglesia y el sector de los talleres.


Después de esta cortísima introducción y ahora que conocen un poco mas de este maravilloso lugar los invito a pasear conmigo y la negra por los lugares más emblemáticos de este pequeño pueblito de artesanos.

Desde la entrada del pueblo y hasta el mas mínimo detalle es un placer a la vista, figuras talladas en madera y en mármol rodeadas de una contundente vegetación, llámese flores de todos colores, arboles, fuentes de agua y por si no fuera poco un corral lleno de todo tipo de aves, pavos reales, palomas mensajeras, patos y gallinas, nos da la bienvenida a tan carismático lugar.






 
Fuente de Troncos en Jardín Bonsái

Una de nuestras primeras paradas es un pequeño sitio donde en realidad todo es pequeño ya que es una exposición de arboles bonsái de muchas clases, estar rodeado de tanta vida en pequeño me hizo sentirme grande por unos minutos, lo malo es que el guardia de turno parece no haber tenido un buen día por lo que me prohibió tomar fotos, pero como con la negra somos rebeldes, tomamos esta foto de una fuente de agua construida en laminas de troncos de un grosor bastante considerable, junto a esta exposición hay una galería fotográfica que cambia constantemente sus exposiciones convirtiéndose en un lugar imperdible para cualquier amante de la buena fotografía, como pequeño dato, justo entre estas 2  salas se encuentran vitrinas con objetos de la época de la colonia chilena, los cuales se conservan en perfecto estado
  









Siguiendo nuestro caminar por las pequeñas callejuelas del pueblo me topo con una de las edificaciones por las cuales este lugar fue declarado monumento nacional, la perfecta armonía entre sus colores, la vegetación y los pequeños detalles, logrando transportarme muchos años atrás.

Esta construcción está rodeada de muchos puestos artesanales cada cual con su tema, pero en este sector predominan las antigüedades y aunque suene algo chistoso hago referencia a sus dueños y productos a la venta.

















Alameda de álamos
Caminando entre tanta artesanía y observando cómo los maestros trabajaban en sus materias primas pude sentirme como en los años ya pasados, en donde todo tenía un valor distinto ya que se hacía con cariño y no solo importaba el dinero si no que el producto fuera de una calidad idónea  y así el comprador volviese nuevamente, pocos metros más adelante me tope con el que se convertiría mas tarde en mi lugar favorito del pueblo, un pequeño quiosco rodeado de mesas rusticas construidas sobre bases de arboles, fuese cual fuese la dirección donde ponía mis ojos habían pequeños talleres y turistas de muchas nacionalidades, pero lo que me atrapo realmente fue que todo esto era abrazado por una alameda de álamos que otorgaban sombra y un aire fresco que me dejo maravillado, pedí un jugo con una empanada para recuperar algo de energía ya que hacia muchísimo calor, a lo lejos un arpa comenzó su canto al más puro estilo campestre chileno, cerré mis ojos y la combinación de sonidos en el ambiente, aromas y el viento me transportaron hasta la época colonial, estuve un par de minutos abrazando ese momento para jamás olvidarlo y al abrir los ojos mi visión fue distinta, el ambiente había cambiado y me sentí totalmente desconectado del mundo , simplemente me sentía como en un oasis entre el cemento, esta imagen hasta el día de hoy se mantiene en mi mente y la comparto con Uds.
  






Sin duda después de un pequeño flashback hacia el pasado, no me quedo de otra que seguir mi rumbo, contagiado por el ambiente colonial que reinaba en cada una de las callejuelas del lugar sentí que debía investigar más, pero un lugar de reunión masiva como una plaza u centro en donde todos se encontraban sin tener esa intención y di con aquel lugar, era una gran apertura en donde se extendían diversos caminos hacia todas direcciones y podíamos encontrar restaurantes, exposiciones de arte, un café, esculturas en madera y yeso.


El calor era sofocante y nos acercamos a un pequeño restaurante bastante rustico y la cálida bienvenida fue una grata sorpresa, ordene un mote con huesillo (bebida típica chilena) y llegado mi pedido, dedique largos minutos a observar mi entorno, niños corriendo con remolinos en las manos, jóvenes parejas paseando, familias completas disfrutando de un domingo, por momentos me sentí partí del paisaje, parte de este ambiente perdido en el tiempo que pocos saben disfrutar, lo que llamo muchísimo mi atención fue que el dueño del restaurante salió a recibir a unos clientes, les entrego la carta, hizo su recomendación del día y hasta fotos para el álbum familiar les tomo, para ser sincero no había tenido oportunidad de apreciar eso, cada taller en sus puertas y pilares tenia pequeños adornos y marcas características, les comparto una pareja de la tercera edad disfrutando de aquel medio día, que como yo observaban el paso de la gente, también les comparto una figura que llamo poderosamente mi atención..









Ya terminada mi visita por este mágico lugar, un macetero muy particular me dice adiós a su más puro estilo artístico, solo observa en silencio mi caminar y me despide a medida que avanzo.



 Para finalizar este maravilloso recorrido, hemos visto que este lugar comparte una armonía entre la selva de cemento y los resquicios del pasado, tenemos mucho para recorrer y mirar, con buenísima gastronomía y sobre todo la calidez de la gente que junto a la diversidad cultural lo hacen un lugar agradable para visitar cualquier día de la semana, ya sea solo, en pareja  o familia,  un lugar recomendado y para llegar, la forma más simple es tomar el servicio de metro en línea 1 hasta estación terminal los dominicos.






Nos gustaría saber su opinión en los comentarios y que otros lugares querrían que visitásemos para hacer futuras entradas!

Agradecemos su tiempo y apoyo, nos vemos en una próxima entrada.



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